En 1955, William Shockley, uno de los padres del transistor, abandonaba los Laboratorios Bell para crear un laboratorio de semiconductores en Mountain View, 40 millas al sur de San Francisco; se había criado no muy lejos de allí, en Palo Alto. Las aplicaciones que abrieron los transistores eran innumerables y se necesitaban en cantidades industriales, era una cuestión con presente y con futuro y Shoclkey llamó a los que pensó que eran los mejores, jovenes con formación y talentos distintos, como el químico Gordon Moore o Robert Noyce, físico y matemático con un doctorado en el MIT.
Shockley tuvo el acierto de fichar a gente brillante, pero tal y como plantea Walter Isaacson en su libro Los innovadores, el londinense criado en California, que obtendría el Nobel en 1956 por sus aportaciones, estaba en realidad iniciando una fase intelectual bastante pobre, caracterizada por su obcecación y el maltrato a su equipo. Maniático de los tests de inteligencia y de personalidad, había examinado a todos sus colaboradores y creía entonces por los resultados que le habían dado que Noyce no tenía madera para ser jefe de nadie.
Dedicaba ayer mi primera reseña en Espacio de Libros a Relámpagos, la última novela de Jean Echenoz; un relato libre basado en la vida de Nikola Tesla.
Fue el hombre que cedió a Westinghouse por un precio de risa el inmenso valor de un conjunto de patentes que desarrollaban la corriente alterna, gracias a la cual funciona hasta el más nimio electrodoméstico de nuestro hogar, los semáforos de nuestras ciudades, el metro, las luces… En definitiva la ciudad moderna. Salió de la estela de Edison, para quien trabajó en Nueva York como un rayo fulgurante.
Este tipo de dos metros impresionaba por su puesta en escena, aunque también por todo lo que llevaba en la cabeza: el invento de la radio (robado por Marconi y devuelto a él post mortem por la Corte Suprema de EE.UU.), un alud creativo capaz de generar 700 patentes trabajando casi solo. Inventó la lámpara fluorescente, fue precursor del Radar, de los Rayos X, fijó principios para la transmisión de energía a distancia, guiado por el ideal de proporcionar electricidad gratuita a la humanidad.
Combinando una extraordinaria filantropía y con una habilidad extrema para introducirse en la alta sociedad neoyorkina fue a la vez un solitario, apenas influido por los demás, fue influyente como ningún otro en el ámbito de la ingeniería.
Probablemente merecedor de varios premios Nobel quedó «emparedado» a esos efectos entre Edison (que aprovechó su corriente alterna únicamente para inventar la silla eléctrica) y Marconi (uno de los más injustos e inmerecidos premiados).
Este video es un buen resumen de su trayectoria:
Si según el Génesis se atribuye a Dios la separación de la luz de las tinieblas, encontramos en Tesla un fenómeno opuesto, éste interesado muchísimo más por el aire o por las aguas aparece en algunos momentos como un trasunto de Zeus, dominando el trueno, el rayo o el relámpago.
Tesla retratado hacia su vejez por Echenoz como amigo de las aves y alejado del mundo. Extremo en sus aciertos y en sus errores, murió casi en la pobreza, en 1943.
En realidad no fue tan solitario, más allá de su propio genio fue amigo de otros talentos, uno de ellos Mark Twain, a quien conoció en el Player’s Club de Manhattan y quien le acompañó en numerosas visitas a su laboratorio, participando de demostraciones y experimentos. Además de estas reuniones mantuvieron un intercambio notable de correspondencia. Esta amistad no le puedo acompañar en la vejez puesto que Tesla fue bastante longevo; Twain ya había abandonado el mundo de los vivos en 1910. Quizá ahora, en el reino de Hades, estén jugando de nuevo a crear imágenes fantasmagóricas con la luz artificial.
«Antes que pasen muchas generaciones, nuestras máquinas serán impulsadas por un poder obtenido en cualquier punto del universo».
La persona de Nikola Tesla (Smiljan, Croacia, 1856 – Nueva York, 1943), el ingeniero más importante del paso del XIX al XX, había ido pasando a un discreto segundo o tercer plano. Vagamente asociado en la mente de los científicos al electromagnetismo por dar nombre a una unidad, el tesla, que sirve para cuantificar la densidad de flujo magnético había pasado lentamente al olvido.
Un olvido que dada la importancia de sus invenciones: la corriente alterna, la radio, el tubo fluorescente y el control remoto entre otros, es a todas luces injustificable. Este olvido no es casual, en el caso de la corriente alterna, la «guerra industrial» que mantuvieron Westinghouse y Tesla contra Edison, mucho más reconocido, dio un matiz a su invento de gran aplicabilidad, pero de poca popularidad. En el caso de la radio, durante decenas de años se atribuyó la invención a Marconi, hasta que el Supremo de EE.UU. dictaminó que existían pruebas claras y numerosas de que Tesla no sólo se había anticipado en su invención sino que la tecnología de Marconi hacía uso de patentes registradas con antelación por el ingeniero.
Nikola Tesla fue decayendo lentamente y muy especialmente con su gran fracaso, la torre Wardenclyffe, proyecto pensado para transportar tanto electricidad como señales a muy larga distancia.
El 150 aniversario de su nacimiento, celebrado en 2006 generó una cierta cantidad de artículos en revistas técnicas y en Internet. También en los círculos relacionados con lo paranormal y los ovnis, debido a su creencia en la vida marciana y al secretismo en que trabajó las más de las veces.
Con más de 700 patentes y otras tantas invenciones sin registrar es junto con Edison el impulsor de la gran transformación tecnológica que se desarrolló a principios del siglo XX y cuyos efectos aún perduran. Tesla trabajó para Edison, primero en Europa y luego en EE.UU. Recomendado por el hombre de Edison en Europa se presentó ante él directamente, y según esta biografía mantuvieron esta conversación:
—Traigo una carta del señor Batchelor.
—¿Batchelor? ¿Algo no va bien por París?
—Todo en orden, que yo sepa, señor.
—Tonterías. En París siempre hay algo que anda mal.
Edison leyó la sucinta nota de recomendación de Batchelor y soltó un bufido. Observó a Tesla con atención.
—“Conozco a dos grandes hombres, y usted es uno de ellos. El otro es el joven portador de esta carta». ¡Caramba! ¡A esto le llamo yo una carta de recomendación! A ver, ¿qué sabe hacer usted?
La biografía de Margaret Cheney, excelentemente narrada y documentada, describe a un personaje tremendamente complejo, un torbellino de ideas, lleno de obsesiones y trastornos, que a diferencia de Edison no supo o no pudo defender la propiedad de sus patentes más importantes. En ocasiones, por su capacidad para producir rayos, pareciera haber sido una especie de reencarnación de dios Thor.
Muy dotado para moverse entre la alta sociedad de Nueva York mantuvo relación no sólo con Westinghouse, también con magnates como JP Morgan. Entre sus amigos más interesantes y cercanos se encontraba uno de los grandes escritores de la época: Mark Twain.
En esta foto se le ve en el laboratorio de Tesla. Pese a ciertos reveses, Nikola alcanzó a ver en vida, siendo relativamente joven el éxito de la aplicación masiva de la corriente alterna y uno de sus sueños de juventud, el aprovechamiento de las cataratas del Niágara para producir energía. Ello fue posible gracias al patrocinio de Westinghouse, a quien guardó un enorme agradecimiento, si bien tanto él como el propio Edison se beneficiaron de sus mejores aportaciones ofreciendo escasas o nulas contrapartidas. Literalmente, como dice el título «le robaron la luz».
El reconocimiento de haber sido el inventor de la radio le llego 8 meses después de su muerte. Posiblemente de haberse resuelto en su momento habría tenido menos dificultades financieras en la última época de su vida y quizá habría llegado a desarrollar alguna de sus grandes ambiciones.
Tesla fue un personaje enormemente adelantado a su época, la gran diferencia de los ingenios que concebía era que en ellos subyacía la idea de ofrecer servicios y máquinas económicas que fueran accesibles a la práctica totalidad de la humanidad. Toda su vida abordó grandes retos científico-tecnológicos, encontrando frecuentemente soluciones geniales o totalmente nuevas.
Su curiosa trayectoria vital, sus sorprendentes declaraciones a la prensa, sus geniales inventos, sus sonoros fracasos y su extraña personalidad conforman una peripecia interesantísima. El libro, redactado originalmente en 1981, acaba de ser traducido al español recientemente. En nuestro país no se había publicado una biografía de esta calidad hasta ahora, por lo que cubre un importante vacío.
La mirada de la autora refleja una gran admiración por la capacidad creadora e inventiva de este ingeniero genial, que falleció en soledad, en el hotel se enteraron unos tres días después, cuando contraviniendo una orden suya decidieron no respetar el cartel de «no molestar». El gran mago, al que debemos la energía eléctrica de nuestras ciudades, enmudeció para siempre.
Entonces Dios dijo: «Hágase la luz«. Y la luz se hizo. (Génesis, I.3)
Editorial. Taurus libros. PVP. 28 €. Autora: Margaret Cheney